Conoce las diferentes habilidades que desarrollan estas plantas, para poder ubicarlas en diferentes espacios del jardín. Además: cómo podarlas para optimizar su desarrollo. Por Mariel Labraña*
La expresión plantas trepadoras es aplicada, en un sentido amplio, a los ejemplares que, al no poder mantenerse erguidos por sí mismos, requieren un soporte que les permita realizar su crecimiento en altura.
Es posible dividirlas en dos grupos: a) plantas escandentes (estas son las enredaderas
-propiamente dichas-), que son las que desarrollan mecanismos especializados para poder trepar (llamados estrategias de ascenso), como raíces adventicias, tallos volubles, zarcillos, espinas, pelos, aguijones, pecíolos; y b) plantas apoyantes, las que solo tienen vástagos que se sostienen o mantienen sobre un soporte.
Si estas plantas no encuentran un apoyo, crecen directamente sobre el suelo, como si fueran ejemplares rastreros, y pueden cubrir grandes extensiones; son excelentes
cubresuelos.
Estrategias de ascenso
Son tallos que se enroscan dando vueltas en torno a un soporte. En el caso de las lianas, los tallos leñosos poseen rasgos anatómicos que facilitan su flexibilidad: el leño se halla interrumpido por cuñas de tejido blando como ocurre en el caso de la dama de monte (Clytostoma callistegioides) o la mil nombres (Aristolochia triangularis).
Algunas trepadoras poseen pecíolos volubles; estos son los responsables de la fijación de la planta al soporte, como por ejemplo, en el cabello de ángel (Clematis montevidensis).
Estos órganos especializados, enroscantes, filiformes, simples o ramificados, pueden ser de origen caulinar (se originan de un tallo) o foliar (una hoja o parte de ella que se modifica).
Los zarcillos caulinares pueden ser axilares, como en la pasionaria (Passiflora caerulea). Las Vitáceas poseen zarcillos apicales opuestos a las hojas, por ejemplo la vid (Vitis vinifera) y la falsa vid (Parthenocissus tricuspidata). Los zarcillos de esta última poseen, en los extremos pequeños, discos adhesivos, que funcionan como ventosas, fijando fuertemente la planta al soporte.
Algunas bignoniáceas tienen zarcillos foliares, donde las hojas son compuestas, con dos folíolos y un zarcillo, que por su posición correspondería a un tercer folíolo modificado. En la dama de monte (Clytostoma callistegioides), el zarcillo es simple; en la uña de gato (Dolichandra unguis-cati), es breve y trigarfiado; en la flor de San Juan (Pyrostegia venusta), es filiforme y trífido en el ápice.
En las leguminosas, los zarcillos corresponden al último folíolo transformado; son zarcillos ramificados, como la arvejilla (Vicia sativa) o la arvejilla de olor (Lathyrus odoratus).
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Aguijones, espinas, pelos
Las espinas son órganos puntiagudos que poseen en su interior tejido vascular; son formaciones internas del tallo, como las de la Santa Rita (Bougainvillea sp.), a diferencia de los aguijones, que son formaciones del tallo superficiales, epidérmicas y punzantes, tal el caso de las de los rosales.
En tanto que los pelos son estructuras que utilizan las plantas trepadoras para enroscarse, favoreciendo la fijación al soporte, como en el cabello de ángel (Clematis montevisiensis) o la barba de viejo (Clematis bonariensis).
Son raíces adventicias que permiten una adhesión más firme de la planta al soporte; nacen a lo largo del tallo y posibilitan que el ejemplar se adhiera a superficies rugosas como ocurre en el caso de la enamorada del muro (Ficus pumila) y en la hiedra (Hedera helix). En la cortina del cielo (Cissus verticillata), las raíces epigeas son muy largas y cuelgan de las ramas sarmentosas, formando verdaderas cortinas.
Plantas apoyantes
Estas poseen vástagos que, al crecer (sean leñosos o herbáceos), se apoyan en otras plantas u otro tipo de soporte; es decir, no se mantienen erguidas por sí mismas. Los tallos no son volubles, a excepción de los extremos de las ramas en algunas plantas. Son plantas que no tienen estructuras modificadas para sostenerse, como por ejemplo, el jazmín amarillo (Jasminum mesnyii) y el jazmín del cielo (Plumbago capensis).
Cómo podarlas para un mejor desarrollo
Durante los dos primeros años de plantadas, se recomienda no podarlas, para que vayan creciendo libremente, tomando altura y adquiriendo densidad de follaje. Solamente se pueden eliminar las ramas enfermas, débiles o las que sobresalgan mucho del soporte.
Pasados estos dos años, en las especies que poseen floración ornamental, se recomienda hacer una poda de floración con el propósito de permitir la renovación de las ramas floríferas y la continuidad del ejemplar año tras año.
Para llevar a cabo esta actividad correctamente, se debe tener en cuenta la época de floración. Si esta se produce en primavera-verano, en ramas brotadas ese mismo año, como los rosales trepadores o la trompeta de Virginia (Campsis radicans), la poda de las ramas que florecieron se realizará en el invierno, dejando laterales con 3 a 5 yemas para que produzcan brotes con flores. Si florecen a fines de invierno o principios de primavera sobre las ramas del año anterior, como la glicina (Wisteria sinensis) o algunos Clematis, se podan cuando termina la floración, dejando 2 o 3 yemas, para que broten y sostengan las nuevas flores.
*Téc. en Jardinería Mariel Labraña, docente de la Tecnicatura en Jardinería, Facultad de Agronomía, UBA
Bibliografía
Lahitte H.B., J.A. Hurrell et al. 2000. Plantas trepadoras. Nativas y exóticas. Editorial L.O.L.A. Argentina.
Jankowski, L., Bazzano, D., Saenz, A., Tourn, M. y Roitman G. 2000. Plantas trepadoras. Nativas y Exóticas. LOLA. Buenos Aires.