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Aunque mi primera tarea remunerada fue como administrativa en una empresa de electrodomésticos —mientras estudiaba Agronomía en mi Rosario natal—,  quiero contar aquí sobre  mi primer trabajo profesional, el que desarrollé luego de graduada.

Estuve deambulando por la Facultad como ayudante de Cátedra, ad honórem, desde el segundo año de la carrera, y esperaba acceder a algún concurso para ingresar como docente. Sin embargo, como todo profesional nuevo, sin muchas ataduras familiares (me recibí muy joven), me anotaba en cuanta oferta laboral llegaba a mí.

Un buen día de fines de junio de 1982, recibí una carta de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires, la cual comunicaba que había ganado una beca para trabajar en el INTA San Pedro a partir del 1 de julio, anuncio que marcó mi destino.

Tuve que buscar un mapa para saber dónde quedaba exactamente San Pedro, y descubrí que, por suerte, pasaba por allí un tren del F.C. Mitre que salía de la Estación Rosario Norte; servicio que tomaría, ininterrumpidamente, todos los fines de semana durante los siguientes cinco años.

El tema de la beca era Ecofisiología de semillas de malezas, asunto sobre el que yo no sabía absolutamente nada. Comencé a trabajar en banco de semillas. Ese banco no tenía cámaras refrigeradas ni cajas de seguridad: era el horizonte A del vasto suelo de nuestra región pampeana.

Como una verdadera exploradora, con un montón de equipo colgando de mis hombros, pasaba días enteros saltando alambrados y recorriendo cultivos de frutales, de soja, de trigo, de maíz y alguna que otra huerta; barrenando, embolsando y etiquetando.  Luego, lavaba las muestras de suelo, las pasaba por distintas zarandas, contaba semillas de todos los tamaños y colores, hacía pruebas de germinación,  enterraba a distintas profundidades semillas mezcladas con tierra en bolsitas que preparaba con medias de nylon, las desenterraba periódicamente… y repetía todo el proceso; para finalmente demostrar que, en promedio, sólo el 3 % de todas las semillas de malezas del banco germinan cada año.

Esta beca, que mantuve hasta pasar a planta en 1987, cambió mi vida para siempre: en San Pedro formé mi familia, construí mi hogar y me desarrollé como persona y como profesional. 

Siempre seguí trabajando en Fisiología Vegetal, pero tuve que ajustarme a los cultivos que definieron el perfil de la Estación Experimental. En 1991 pasé al área Horticultura y recién desde 2004 incursioné entre las plantas ornamentales.

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El INASE confirmó que todas estas plantas deben llevar rótulo. Además, Angélica Dal Zotto (IFFIVE) escribe sobre la enfermedad que fundamenta la Resolución 24/05, del SENASA.

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