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Llegué a la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde Cipolletti (Río Negro), en 1979. Tiempo de finalización del secundario y, por ende, comienzo de los estudios de ingeniero agrónomo en la Universidad de Buenos Aires.

Era la época en que para ingresar a la Universidad había que hacer un curso y, además,  lograr obtener un lugar dentro de un cupo limitado de vacantes para la carrera. Precisamente, durante la preparación de dicho ingreso, decidí buscar trabajo a través de los avisos clasificados del diario. Por ellos, conseguí una tarea de cadete en una fábrica de ropa de mujer.

Las dueñas del negocio eran dos hermanas, Sara y Dora, quienes me indicaron cuáles serían los trabajos que debía realizar y, además, me permitían los horarios para que pudiera estudiar: a la mañana, de 8 a 11, cursaba en el instituto y de ahí me iba para la fábrica que estaba en Tucumán y Pueyrredón a desempeñar las tareas correspondientes: efectuar trámites bancarios, la búsqueda de insumos (telas, botones, cinturones, cierres), llevar la ropa a la tintorería y entregar las prendas a los clientes.

Hasta el momento, si bien había trabajado, nunca lo había hecho en relación de dependencia, por lo que era toda una aventura. Recuerdo que me mandaban a buscar hebillas, cinturones o botones, y me daban la plata para el viático, pero como no sabía viajar en subte o en colectivo, prefería ir caminando o corriendo, y a mi regreso, las dueñas no entendían nada, porque hacía las tareas muy rápido y, para colmo, les devolvía el dinero que, por supuesto no había usado en el transporte.

Pero cuando salía con el reparto, no tenía más remedio que subirme a un colectivo, era un sufrimiento: iba cargado con polleras y blusas desde Once hasta Belgrano o Villa Urquiza. Para llevar la ropa a la tintorería, me llevaba el marido de Dora, que como tenía problemas en los pies (le dolían tanto, que no podía caminar rápido), él bajaba por el ascensor, y yo por la escalera y lo esperaba abajo. Al llegar al auto, me decía que por favor no corriera ya que no podía seguirme.

Este hombre era muy bueno e igualmente su cuñada Sara. El hijo de ella estudiaba medicina, y el de Dora, digamos que se ocupaba de la manera de pasarla bien. Había ciertos problemas entre los primos, y tan tensa fue en algún momento la situación, que hasta se tomaron a golpes de puños. Entonces, me apareció así una actividad extra a la de cadete: ser árbitro de boxeo y separarlos.

Pero en definitiva, me divertí mucho en ese trabajo en el que estuve hasta que ingresé al año siguiente en la Facultad. Cuando presenté la renuncia al negocio, me ofrecieron muchos beneficios para lograr que me quedara, pero no acepté, ya que los horarios universitarios me lo impedían. Guardo muy buenos recuerdos de mi primera tarea en relación de dependencia.

Gustavo Adolfo Amartino (48), ingeniero agrónomo.
Asesor técnico de viveros ornamentales.

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